Las 15P, nuestra metodología formativa
Estas quince dimensiones, que incluyen la personalización, la práctica, la productividad, la participación, la presencia, la planificación, la programación, la presión, el pragmatismo, la proficiencia, el propósito, la progresión, la precisión, la pertinencia y el post-análisis definen cómo diseñamos y entregamos nuestros cursos.
Cada una de estas P representa un componente esencial que garantiza que nuestros programas sean efectivos y se ajusten a las necesidades de nuestros clientes. Con Las 15P, nos comprometemos a proporcionar una formación de alta calidad que no solo cumple con los estándares, sino que también prepara a los trabajadores para enfrentar los desafíos de seguridad de manera efectiva en su entorno laboral.

Descubre la efectividad de la metodología de las 15P
P1. Personalizada
La formación no puede ser genérica. Tiene que hablar el idioma del cliente, de su sector, de sus riesgos y de su realidad diaria.
Una de las cosas que más daño ha hecho a la formación en seguridad es el enfoque estándar.
Ese “copiar y pegar” de contenidos que no tiene en cuenta ni los procedimientos del cliente, ni sus herramientas, ni su tipo de personal. En mi caso, eso no entra. No doy un solo curso sin antes haber hablado con el responsable, sin haber entendido a quién voy a formar, qué hacen, dónde lo hacen, con qué equipos y en qué condiciones.
La personalización empieza mucho antes del primer día de curso. Empieza cuando me cuentan que su gente trabaja en silos de harina con riesgo de explosión. O que hacen mantenimiento de filtros en altura. O que tienen que entrar a depósitos con SO2. En ese momento, ya estoy tomando nota mental de lo que necesitan ver, de lo que les va a doler, de lo que se puede mejorar. Y lo que es más importante: de lo que no les sirve de nada.
“Dímelo y lo olvidaré, enséñamelo y quizá lo recuerde, involúcrame y lo aprenderé.” – Benjamin Franklin
Si forman a sus trabajadores con contenidos que no aplican a su entorno, no están formando. Están perdiendo el tiempo y gastando dinero. Y cuando hablamos de espacios confinados, de rescates, de atmósferas peligrosas… perder el tiempo es jugar a la ruleta rusa.
Cuando diseño un curso, me baso en sus escenarios. Por ejemplo: si usan un tipo específico de equipo ERA, ese es el que vamos a usar en el curso. Si lo que tienen son espacios confinados de acceso lateral para que demonios les voy a enseñar a rescatar con un trípode para acceso vertical. Porque el objetivo no es que el trabajador sepa “en general” ni tenga un curso de 8 horas o de 24. El objetivo es que sepa actuar en su entorno con sus equipos.
También adapto el nivel técnico. No formo igual a un jefe de emergencias que a un operario que lleva dos meses. Y no se trata de hacer cursos más fáciles o más duros: se trata de hacerlos útiles para cada uno. Porque si el contenido no encaja con su realidad se aburren y se desconectan mentalmente. Y dejan de aprender.
Y otra cosa: personalizar no es solo adaptar los contenidos. También es adaptar el tono, el ritmo y el enfoque pedagógico. Hay empresas donde se puede hablar sin filtro. Y otras donde hace falta tacto. Hay grupos que aprenden haciendo. Otros necesitan ver primero. Como formador, tengo que leer eso en los primeros instantes y ajustar.
En resumen: yo no vendo “formaciones”. Yo preparo personas para afrontar situaciones reales en entornos reales. Y para eso, la personalización no es opcional. Es el punto de partida.
“La educación no es llenar un cubo, sino encender un fuego.” – William Butler Yeats
P2. Práctica
Si no se hace, no se aprende. Y si no se falla, no se mejora.
Decía un compañero que el gallego, si no toca no ve. Pues eso.
Hay algo que tengo claro desde que empecé a formar: la práctica no es una fase del curso, es el curso. No es el premio al final de la teoría, no es un complemento para justificar el certificado. Es la parte central, el corazón de todo el proceso formativo. Porque los riesgos en seguridad laboral no se enfrentan con información, se enfrentan con acción.
Yo no hago presentaciones eternas. No me paso tres horas explicando PowerPoints con esquemas sobre anclajes o detectores de gases. Prefiero un operario que se haya colgado mal una vez en el simulacro y lo haya corregido, que uno que me recite la norma EN 361 pero no sepa abrir un mosquetón trilock con guantes puestos.
“El conocimiento se adquiere por la experiencia; todo lo demás es información.” – Albert Einstein
La práctica permite ver el error en directo, en primera persona. Cuando un alumno tira del rescatador en ángulo incorrecto y ve que el herido no sube, aprende. Cuando olvida encender el detector de gases y lo metemos en una atmósfera simulada, se le queda grabado. No hace falta gritar ni castigar. La maniobra le enseña sola.
Yo trabajo con escenarios operativos reales, o lo más parecidos posible y por eso soy un acérrimo defensor de la formación “in company”. En tu casa, con tus operarios, con tus equipos, no en una nave con simuladores donde todo sale a la primera. Porque en el mundo real, las cosas no salen bien a la primera. Y el trabajador tiene que resolver en su casa y con sus equipos.
Además, la práctica permite algo que la teoría nunca puede dar: la memoria muscular. El cuerpo recuerda lo que hace, no lo que escucha. Y en una emergencia, lo que actúa primero no es la parte racional, es el automatismo. Si el alumno no ha practicado abrir la botella de su equipo autónomo con guantes, en posición incómoda, no lo hará bien cuando lo necesite.
Yo formo así. Con maniobra, con error, con corrección, con repetición. Y con honestidad. Si algo no sale bien, se para, se analiza y se repite. Hasta que sale. Porque la formación efectiva no se mide en horas, se mide en maniobras bien hechas.
“En teoría, no hay diferencia entre teoría y práctica. En la práctica, sí la hay.” – Yogi Berra
P3. Productiva
La buena formación no solo evita accidentes. También hace que el trabajo salga mejor, antes y con menos errores.
Uno de los grandes mitos en seguridad laboral es que formar en seguridad ralentiza la producción. Que si se forman más, paran más. Que si se les enseña a hacer las cosas con cuidado, pierden tiempo. Que si metemos maniobras de rescate, bajamos la productividad.
Eso es mentira. Y te lo demuestro cada semana en campo.
“El mejor trabajo es el que se hace una sola vez, y se hace bien.” — Henry Ford
Yo no imparto formación para que un trabajador sea más seguro a costa de ser más lento o menos eficiente. Todo lo contrario. La metodología que aplico busca que el alumno entienda cómo hacer su trabajo de forma segura, rápida, precisa y sin improvisar. Porque cuando alguien sabe lo que hace, el trabajo fluye.
Un operario que ha entrenado cómo acceder a un espacio confinado, que sabe usar el detector sin tener que mirar el manual, que prepara su equipo sin tener que pedir ayuda, no solo es más seguro: es más operativo. Produce más y mejor. No pierde tiempo dudando. No interrumpe la tarea por errores. No improvisa soluciones que después generan paradas o incidentes.
Para mí, ser productivo no es trabajar más rápido, es trabajar sin errores ni sobresaltos. Y eso empieza en la formación.
Por eso los ejercicios que planteo no son “juegos” de simulación. Son ensayos de trabajo real, con condiciones reales, y con un enfoque operativo. Cuando practicamos rescate, también practicamos cómo reorganizar el equipo tras el incidente. Cuando entrenamos el uso de un sistema de acceso, entrenamos la preparación, el uso, la recogida y la reactivación del siguiente turno. Porque así se forma en seguridad sin frenar la producción.
Otro punto clave: cuando el trabajador entiende el porqué de cada acción, no se resiste al procedimiento. Lo integra. Ya no ve el protocolo como una traba, sino como una herramienta para que su jornada fluya sin contratiempos.
Y eso cambia todo.
No hay antagonismo entre seguridad y producción. Hay falta de formación y falta de criterio. Pero cuando formas con cabeza y método, ambas cosas se potencian. Y eso lo defiendo con datos, con maniobras y con resultados.
Así trabajo yo: formar para proteger vidas y también para mejorar el rendimiento del equipo. Porque las dos cosas, bien hechas, van de la mano.
“El tiempo que se invierte en prevención es tiempo que se gana en producción.”
P4. Participativa
Una formación útil no se mira desde fuera. Se vive desde dentro.
Yo no imparto cursos donde la gente asiste. Imparto cursos donde la gente participa, actúa y se pone en juego. Porque la única manera de aprender a reaccionar en una situación crítica es involucrándose de verdad en el proceso formativo.
La participación no es un elemento adicional en mis formaciones. Es el eje. Una formación participativa no es simplemente “práctica”. Es una formación donde cada alumno toma decisiones, ejecuta maniobras, asume roles y aprende desde la experiencia directa. No existe aprendizaje profundo sin participación real.
“Aprender no es un deporte para espectadores.” – D. Blocher
Hay quien llega al curso con ganas de pasar desapercibido. Lo detectas enseguida. Se queda atrás, habla poco, hace lo mínimo. Conmigo eso no funciona. Diseño los ejercicios de modo que todo el mundo tenga un papel esencial: aunque no hablen, aunque no lo pidan. Y cuando se dan cuenta de que tienen que pensar, actuar y enfrentarse al error, ahí es cuando empieza la verdadera formación.
Divido los grupos, asigno responsabilidades, genero tensión operativa controlada, y observo. El que se bloquea aprende de sí mismo. El que lidera descubre que puede guiar a otros. Y el que falla, mejora. “Si te equivocas aquí, no pasa nada. Si te equivocas allí fuera, puede que sí. Por eso estás aquí.”
Trabajo por binomios, por equipos rotativos, con roles cruzados. El que dirige un rescate luego lo ejecuta. El que hace de herido aprende lo que se siente al estar inmovilizado mal. El que controla el tiempo entiende la importancia de mantener la calma bajo presión.
Además, al fomentar una dinámica participativa, el grupo se transforma. Se crea cohesión, respeto mutuo, aprendizaje colectivo. No es solo lo que enseño yo. Es lo que aprenden entre ellos los unos de los otros.
También utilizo mucho la autoevaluación. Al terminar una maniobra, no soy yo quien reparte aplausos o críticas. Les pido que se evalúen ellos mismos, con honestidad. Qué hicieron bien, qué fallaron, qué habrían hecho distinto. Y eso les cambia la forma de ver su propio trabajo.
Una formación participativa también es más exigente. Porque no puedes esconderte. No puedes copiar del compañero. No puedes salir del paso. Aquí te toca actuar, pensar, liderar, fallar… y volver a actuar. Y cuando lo haces, el aprendizaje se queda. No lo olvidas.
Así entiendo yo la formación. Como un proceso participativo, real y transformador.
“Dímelo y lo olvidaré. Muéstramelo y lo recordaré. Involúcrame y lo aprenderé.” – Confucio
P5. Presencial
La formación se hace en persona, en el terreno y con el equipo real. Lo demás es entretenimiento.
A estas alturas ya lo sabes: yo no formo por videollamada, ni desde un PowerPoint eterno, ni desde una silla con aire acondicionado. Formar, para mí, es estar presente. Es estar con los trabajadores, en su entorno, tocando los equipos, ensuciándonos las manos, corrigiendo en directo y tomando decisiones reales.
¿Y sabes por qué? Porque la seguridad no se entrena a distancia. La seguridad se entrena sintiendo el peso del equipo, el calor del traje, la tensión de una línea, el ruido del entorno, el agobio del espacio cerrado… Eso no te lo transmite ninguna diapositiva.
“No hay sustituto para estar ahí.” – Thomas Friedman
Cuando digo “presencial” no me refiero solo a estar físicamente en el curso. Me refiero a presencia real del formador, con todo lo que implica:
- Estoy en las prácticas, subido con ellos.
- Entro al espacio confinado si hace falta.
- Llevo el mismo equipo que el grupo.
- Corregimos juntos lo que ha salido mal.
- Tomo decisiones en tiempo real cuando algo se tuerce.
“Si un instructor no se cuelga, no respira por ERA o no entra en una maniobra complicada, no tiene autoridad para enseñarla.”
La presencia genera confianza. El operario ve que el que les está formando no habla desde la teoría, sino desde la experiencia. Que no repite lo que leyó en un manual, sino lo que ha hecho con sus manos. Y eso marca una diferencia brutal en cómo reciben el contenido.
Además, al estar presente, puedo ajustar la formación sobre la marcha. Si veo que un equipo está flojo en coordinación, refuerzo eso. Si veo que no entienden la lógica de un rescate con polipasto, lo desmontamos y lo volvemos a montar. No necesito que me lo diga un test de evaluación. Me lo dice lo que veo.
Y te diré más: la presencia también permite detectar actitudes peligrosas. El que se salta un paso, el que improvisa sin avisar, el que se desconecta en medio de una maniobra... En una clase online eso pasa desapercibido. En un curso presencial, lo ves al momento y lo corriges antes de que se convierta en una tragedia.
Lo he dicho muchas veces y lo mantengo: “Yo no formo desde fuera. Yo formo desde dentro. Si hay que subir, subo. Si hay que bajar, bajo. Y si hay que sudar, se suda.”
Porque solo así conectas de verdad con los que tienes delante. Y solo así se forma gente preparada para actuar en serio cuando todo se complica.
“Ninguna herramienta es tan eficaz como la presencia humana comprometida.” – Stephen Covey
P6. Planificada
La formación sin planificación es una ruina. Y en seguridad, eso se paga caro.
Hay quien todavía cree que dar formación es llegar, soltar un rollo, hacer cuatro prácticas y entregar diplomas. Yo no trabajo así. Cada curso que imparto está diseñado desde el minuto cero. Y no porque me guste el control, sino porque en seguridad, lo que no está previsto, suele salir mal.
Cuando digo que una formación está planificada, me refiero a que nada se deja al azar. Cada sesión tiene una estructura clara, con objetivos definidos, tiempos asignados, materiales comprobados y criterios de evaluación decididos de antemano.
“Una meta sin un plan es solo un deseo.” – Antoine de Saint-Exupéry
Antes de cada curso, ya tengo claro:
- Qué maniobras se van a hacer y en qué orden.
- Qué nivel técnico tiene el grupo y hasta dónde se puede apretar.
- Qué equipos se necesitan y en qué condiciones deben estar.
- Qué errores voy a “forzarles” a que cometan para generar aprendizaje real.
- Qué situaciones se pueden complicar y cómo las voy a reconducir.
“El caos se entrena. Pero el caos en la formación tiene que estar diseñado, no improvisado.”
Un curso bien planificado no es rígido. Es flexible dentro de una estructura sólida. Puedo adaptarme sobre la marcha, pero nunca parto de cero. Porque si improvisas todo, lo que transmites no es dinamismo, es falta de preparación.
Otra parte clave de la planificación es el material y la logística. Yo no llego y cruzo los dedos esperando que todo esté. Reviso antes, compruebo equipos, defino zonas de practicas y simulacros, coordino con responsables. Porque una formación mal montada por culpa de falta de previsión hace perder credibilidad y atención.
Y te lo digo claro: cuando el curso está bien planificado, el grupo lo nota. Fluimos. Se sienten acompañados, seguros y exigidos a la vez. No hay tiempos muertos ni pérdida de foco. Todo encaja de forma natural. Y eso eleva la calidad del aprendizaje.
Yo no improviso lo importante. No cuando lo que está en juego es que alguien sepa actuar el día que le toque entrar en un pozo, colgarse de una estructura o evacuar a un compañero que no respira.
Formar bien empieza antes del curso. Empieza con una buena planificación. Y eso no es un lujo. Es una obligación.
“Planifica tu trabajo y trabaja tu plan.” – Napoleon Hill
P7. Programada
Una formación no sirve de nada si se da una vez y se olvida. Esto va de continuidad, no de coleccionar diplomas.
Hay muchas empresas que siguen pensando que formar una vez al año es suficiente. “Ya cumplimos para subir la documentación a la plataforma de CAE”, dicen. ¿Y luego qué? Luego pasa lo de siempre: el equipo no se revisa, el protocolo se olvida, y cuando hay una emergencia, nadie actúa. Eso no es formación. Eso es autoengaño y tirar la pasta.
Yo entiendo la formación como un proceso programado. No es una acción puntual. Es una línea de trabajo continua.
“El éxito es la suma de pequeños esfuerzos repetidos día tras día.” – Robert Collier
La programación significa que cada formación tiene un antes, un durante y un después. No empiezo con una presentación. Empiezo analizando el historial de maniobras, las carencias del grupo, los últimos incidentes o no conformidades. Y no termino cuando entrego los certificados. Termino cuando el cliente tiene un plan claro para seguir entrenando, reforzando, corrigiendo y mejorando.
Formar una vez y olvidarse es como ir al gimnasio una vez al año y pretender estar en forma. No funciona así amigos, y lo saben….“Lo que no se entrena, se olvida. Lo que no se repasa, se degrada.”
Por eso diseño formaciones que se programan a lo largo del tiempo, con bloques repartidos, con refuerzos cada cierto tiempo, con sesiones cortas pero frecuentes, con reciclajes, con evaluaciones prácticas que se repiten al cabo de los meses. Y sí, eso también implica volver a ver al cliente. Volver al terreno. Volver a repetir lo que no salió bien. Porque solo así se consolida.
Además, cuando programas la formación, puedes medir resultados. Puedes comprobar qué grupos evolucionan, quién necesita refuerzo, dónde están los errores recurrentes. No vas a ciegas. Y eso también sirve para la empresa: demuestra que están invirtiendo bien su dinero, que hay retorno, que hay impacto real.
También lo aplico con clientes pequeños. Incluso si solo pueden formar a dos personas cada trimestre, les ayudo a crear un calendario lógico, para que no pase un año sin tocar una maniobra crítica. Porque más vale poco y constante que mucho y olvidado.
La seguridad no se entrena de golpe. Se entrena con tiempo, con repetición y con intención.
Por eso mi formación siempre está programada. Porque una sola sesión no cambia una cultura. Pero una programación bien hecha, sí.
“No se alcanza el éxito por suerte, sino por preparación constante.” – Séneca
P8. Presión
Entrenar tranquilo no sirve si luego vas a tener que actuar con el corazón a 160.
En una emergencia, nadie actúa con calma. Las manos tiemblan, el pulso se dispara, la cabeza se llena de ruido. Y ahí es donde se ve quién ha entrenado bien y quién simplemente asistió a un curso. Por eso, en mis formaciones, la presión no se evita. Se reproduce. Se simula. Se entrena.
¿A qué me refiero con presión? A entrenar en condiciones donde el fallo es posible, donde hay tiempo limitado, donde hay que decidir rápido y donde no todo está bajo control. Siempre con seguridad, claro, pero sin quitarle intensidad.
Entrenar bajo presión significa simular situaciones realistas:
- Una entrada en espacio confinado con la alarma del detector sonando.
- Una evacuación con comunicación interrumpida.
- Un rescate con un compañero que se bloquea.
- Un cambio de plan en mitad de una maniobra. Todo eso forma parte del entrenamiento. Porque el día que pase, el cuerpo tiene que saber qué hacer aunque la cabeza no tenga tiempo de pensarlo.
Y te aseguro una cosa: los alumnos lo notan. Al principio se sorprenden, incluso se incomodan. Pero al final te lo agradecen. Porque entienden que lo que estamos entrenando no es solo la técnica, sino la reacción.
“La adversidad no construye el carácter, lo revela.” – James Lane Allen
Todo esto no se aprende en un aula. Se aprende sudando, equivocándose y repitiendo.
Busco que sientan el peso del error, la tensión de decidir, la importancia de la coordinación. Y todo eso, sin poner en riesgo a nadie, pero sin quitarle dureza al proceso.
La presión entrenada no es trauma. Es preparación. Si un operario ha pasado por situaciones tensas en formación, tendrá más recursos cuando se le tuerza el trabajo en la vida real.
Y si no ha pasado por ahí… entonces no está preparado, por mucho que tenga un certificado.
Yo formo para que cuando llegue el momento difícil, el operario no se bloquee. Reaccione. Y actúe.
Cuando estás en medio del caos, no subes a lo que sueñas. Caerás a lo que hayas practicado.” — Dave Grossman
P9. Pragmática
Formo desde lo que pasa, no desde lo que debería pasar. Porque en seguridad no ganan los que más saben, sino los que saben actuar.
Esta P es una declaración de intenciones: Yo no formo para decorar. No formo para rellenar créditos ni justificar presupuestos. Formo para que el trabajador haga bien su trabajo. Punto.
Y para eso, toda la formación que imparto está enfocada a lo práctico, útil y operativo. Lo que sirve, se queda. Lo que no aplica, fuera. Lo que suena bien pero no se puede usar en campo, no me interesa.
“Lo que no puedes aplicar con el arnés puesto, el detector encendido o el ERA cargado, no te va a salvar el día que lo necesites.”
El enfoque pragmático implica desmontar teorías bonitas que no aguantan una situación real. Y también enseñar procedimientos reales, que funcionan con el equipo que ya tienes, el personal que hay, y las condiciones que te vas a encontrar.
“El propósito del conocimiento es la acción, no la acumulación.” — Herbert Spencer
Por eso, mis formaciones no se centran en “lo ideal”. Se centran en lo posible, lo eficaz y lo seguro.
¿Ejemplo real? En vez de explicar 10 tipos de ventilación, te enseño cómo ventilar un depósito cerrado con lo que tienes en tu planta. En vez de hablar de líneas de vida certificadas, te enseño cómo improvisar un punto de anclaje secundario si el principal falla.
Esto no es rebajar el nivel. Es subir el valor práctico.
Porque una cosa es saber, y otra es poder hacerlo. Y lo que a mí me interesa es que el alumno, cuando termina el curso, pueda hacerlo. Sin adornos, sin PowerPoint, sin teorías de 200 páginas que no va a consultar nunca.
“El conocimiento inútil es una carga. El conocimiento útil es poder.”— Peter F. Drucker
P10. Proficiencia
No se forma para aprobar. Se forma para actuar con solvencia. Y si no lo demuestras, no lo has conseguido.
Yo no doy diplomas por haber aguantado 8 horas de curso. No doy por hecho que porque alguien haya escuchado o repetido una maniobra, ya está preparado. Aquí se demuestra. Aquí se exige. Aquí se entrena hasta alcanzar proficiencia.
¿Y qué significa eso? Que el trabajador no solo debe saber lo que hay que hacer. Debe ser capaz de hacerlo con criterio, con precisión, con seguridad y bajo presión. Debe saber actuar sin que le dicten los pasos. Debe resolver con los medios que tiene. Debe anticiparse al error. Y sobre todo, no debe ser un problema para el equipo en una situación crítica.
La proficiencia no es algo que se da por sentado. Se entrena, se trabaja y se valida al final. Por eso, todos mis cursos tienen una evaluación práctica. No es una formalidad. Es una prueba seria, en condiciones operativas, donde cada alumno tiene que demostrar que puede hacer lo que dice que sabe hacer.
No basta con seguir la maniobra paso a paso. Hay que:
- Elegir el equipo adecuado sin que te lo digan.
- Montarlo correctamente, bajo estrés.
- Ejecutar una entrada, una intervención o un rescate sin errores críticos.
- Detectar fallos y corregirlos en marcha.
- Comunicar con claridad, gestionar el tiempo y asumir responsabilidades.
Eso es proficiencia. Y quien no la alcanza, no es competente.
“La excelencia no es un acto, sino un hábito.” — Aristóteles
La proficiencia también es saber cuándo parar, pedir ayuda o reconocer que no estás capacitado. Eso también se entrena. Porque en campo, un profesional no es el que lo hace todo bien siempre. Es el que sabe identificar riesgos, asumir límites y actuar con cabeza.
En mis formaciones, se certifica eso. No solo la asistencia. Si has llegado hasta aquí, lo demuestras. Si no, seguimos trabajando. Porque el día que te toque entrar, colgarte o rescatar… nadie va a preguntar si fuiste al curso. Van a esperar que actúes.
Y para eso, necesitas más que saber.
“Hazlo tantas veces bien, que hacerlo mal te parezca antinatural.”
P11. Propósito
No basta con saber cómo se hace. Hay que entender por qué. Y sobre todo, para qué.
Una formación técnica que solo enseña normas y maniobras puede servir para aprobar un examen. Pero no sirve para cambiar actitudes. Y si el trabajador no cambia su forma de ver la seguridad, entonces todo lo demás da igual.
Por eso, en cada curso que imparto, mi prioridad es que el alumno entienda el propósito de lo que está haciendo. Que entienda que esto no va de cumplir con una ley, ni de evitar una sanción. Esto va de volver a casa. De no jugarse el cuello. De no dejar un cadáver por un error evitable.
“No quiero que uses el arnés porque te lo exijo yo. Quiero que lo uses porque entiendes lo que pasa si no lo haces.”
Y para llegar ahí, no uso frases bonitas ni PowerPoints motivacionales. Uso casos reales. Datos. Imágenes duras si hace falta.
Y muchas veces, lo que más cala es una conversación directa: —¿Tú tienes hijos? —¿Tienes claro que si entras sin medidor podrías no salir? —¿Sabes que alguien murió haciendo justo eso que estás haciendo tú mal ahora?
No se trata de asustar. Se trata de conectar y concienciar. Porque si el operario no conecta con el propósito, solo cumplirá cuando lo vigilan. Pero si lo entiende, lo hará siempre. Aunque nadie mire.
“Competencia es hacer lo correcto cuando nadie está mirando.” — Jocko Willink
Además, el propósito también tiene que ver con sentido de pertenencia al equipo, al grupo. Yo insisto mucho en que en una emergencia, no te salvas tú solo. Si tú no haces las cosas bien, le complicas la vida al que entra a sacarte. O al que depende de ti para no caerse. Y eso también remueve conciencias.
Eso es lo que busco. Cambiar el chip. No con palabrería, sino con realidad. Cuando un trabajador entiende el propósito, todo cambia:
- Usa el equipo con más rigor.
- Prepara la maniobra con más atención.
- Corrige al compañero sin vergüenza.
- Y si hace falta, para el trabajo. Porque sabe que lo que está en juego no es una multa. Es su vida. O la de otro.
Yo no formo para cumplir. Formo para crear cultura. Para activar el propósito. Para que el trabajador no actúe por miedo, sino por convicción.
“El propósito es el punto de partida de todo logro.” – W. Clement Stone
P12. Progresión
No todos parten del mismo sitio. Y no todos necesitan llegar al mismo nivel.
Una cagada habitual en formación es tratar a todos los alumnos por igual. Mismo contenido, mismo ritmo, mismas maniobras. Como si un novato de almacén tuviera que aprender lo mismo que un jefe de equipo con diez años colgándose. Error. En seguridad, la formación tiene que adaptarse al punto de partida de cada persona.
Por eso en mi metodología aplico el principio de progresión. Esto significa que los contenidos y las exigencias aumentan en función del nivel, el perfil profesional y la responsabilidad del alumno. No por capricho, sino porque es lo que tiene sentido. “No puedes meterle un rescate en espacios confinados a alguien que ni siquiera sabe cómo se usa un medidor de gases. Pero tampoco puedes dejar al jefe de intervención con solo una práctica básica.”
Trabajo con escalones de competencia progresiva, que a veces se dan en el mismo curso, y otras veces se dividen en módulos distintos. Pero siempre están presentes.
¿Cómo lo aplico en campo?
- Alumnos con poca experiencia: Les enseño lo básico. A identificar riesgos, a preparar el equipo, a seguir procedimientos sin saltos. Se centran en hacer bien lo esencial.
- Alumnos intermedios: Les meto presión, les hago coordinar, tomar decisiones, corregir errores de otros. Tienen que entender lo que hacen y por qué.
- Mandos o perfiles técnicos: Les exijo visión global. Les pongo a liderar simulacros. A gestionar fallos del equipo. A validar decisiones bajo tensión. Porque su trabajo no es solo ejecutar, es responder y sostener la operación.
Esto también aplica a las rutas formativas dentro de una empresa. Hay empresas que me piden formar a toda la plantilla. Lo primero que hago es clasificar niveles. No porque uno valga más que otro, sino porque no puedes enseñar a todos lo mismo si esperas resultados reales.
"No hay mayor injusticia que tratar igual a los desiguales."— Aristóteles
Y otro punto clave: la progresión también tiene que ver con el tiempo. No vale con que en un curso alguien llegue a un nivel alto. Hay que consolidarlo, reforzarlo, reciclarlo. Y luego, cuando sea el momento, avanzar al siguiente nivel.
En resumen, formar bien es como entrenar bien: Primero base sólida, luego técnica, luego intensidad, y solo entonces liderazgo.
Yo no formo para que todos pasen por el mismo embudo. Formo para que cada uno avance hasta donde necesita su puesto y responsabilidades. Y para que quien tenga que liderar… no se entere de que no estaba preparado cuando ya sea tarde.
“No importa lo lento que vayas, siempre que no te detengas.” – Confucio
P13. Precisión
Aquí no hay espacio para el “más o menos”. O se hace bien, o se hace mal. Y lo mal hecho, tarde o temprano, revienta.
En seguridad, la precisión no es una virtud. Es una necesidad. Y sin embargo, muchos cursos siguen transmitiendo las cosas a medias: Explicaciones vagas. Protocolos a ojo. Normas que “más o menos se entienden”. Esa formación es peligrosa. Porque deja huecos mentales, y los huecos, en campo, los rellena la intuición, la costumbre o el miedo.
Yo no formo así. Cada técnica que enseño, cada equipo que uso, cada procedimiento que explico, lo hago con precisión quirúrgica. Con nombre, modelo, normativa y contexto. Porque cuando vas a bajar a un espacio confinado, a 10 metros bajo tierra, y tu detector marca un 19 % de oxígeno… si no sabes si bajar o no, no puedes ir con dudas.
La precisión empieza desde el aula. Desde cómo explicas una maniobra hasta cómo corriges una postura o un mal hábito. Todo cuenta. Todo suma. Todo se enseña al detalle.
“La excelencia está en los detalles. Da atención a los detalles y la excelencia vendrá sola.” — Perry Paxton
Los accidentes, muchas veces, no ocurren por ignorancia total. Ocurren por suposiciones imprecisas:
- “Pensé que ese gas no era inflamable.”
- “Creía que ese anticaídas servía para rescate.”
- “Supuse que el detector aún estaba calibrado.”
Eso no puede pasar. No en mi formación. Porque yo no enseño para aprobar, ni para cubrir expediente. Formo para que quien sale de mi curso sepa lo que hace, cómo lo hace, por qué lo hace así y qué pasa si no lo hace bien. Nada de intuición. Nada de dejarlo “a criterio”. Aquí las decisiones se toman con datos, no con suposiciones.
La precisión no es obsesión. Es compromiso. Es respetar el oficio. Es entender que cuando hablamos de confinados, altura, gases o rescate, los márgenes de error son estrechos. Y lo que tú llamas detalle, mañana puede ser la diferencia entre salir o no salir.
Por eso formo con precisión, exijo precisión y evalúo con precisión. Porque cuando llegue el momento, quiero que el alumno actúe como un profesional. No como alguien que recuerda vagamente lo que le explicaron una vez.
“La precisión es el lenguaje de los buenos profesionales. La ambigüedad, el refugio de los que improvisan.”— David Lorenzo
P14. Pertinencia
Si no lo vas a usar, no te lo enseño. Porque la formación que no aplica, estorba.
Una de las mayores cagadas en formación técnica es enseñar por rellenar. Llenar el curso con contenido genérico, irrelevante o que no tiene nada que ver con el entorno de trabajo del alumno. Eso lo veo mucho: normas que no aplican, equipos que no existen en la empresa, maniobras que solo sirven en un manual. ¿Resultado? Aburrimiento, desconexión y cero transferencia al puesto real.
Yo no formo así. Para mí, la pertinencia es innegociable. Cada contenido que incluyo tiene que tener una aplicación directa, práctica y relevante para lo que ese operario hace —o podría tener que hacer— en su trabajo real.
“Saber lo que hay que hacer elimina el ruido de lo que no importa.” – Marco Aurelio
Antes de cada curso, analizo el perfil del grupo, las tareas que realizan y los escenarios a los que se enfrentan. Y solo meto en el contenido lo que les aporta valor operativo. Nada más.
¿Qué ganamos con eso? Formación con sentido. Contenidos que se fijan porque sirven. Porque los van a repetir al día siguiente, la semana siguiente o el mes siguiente.
Además, cuando los alumnos notan que la formación es pertinente, se implican más. Te preguntan, te interrumpen, te ponen ejemplos propios. Porque sienten que lo que están aprendiendo les toca directamente.
Y ojo, la pertinencia también implica no perder el tiempo con lo que no pueden aplicar. No todos los trabajadores necesitan saber rescatar. Pero sí saber cómo facilitar un rescate. No todos tienen que usar ERA. Pero todos tienen que saber identificar cuándo pedirlo.
Formar de más también es un error. Porque el exceso de información que no se va a usar satura, bloquea y desconecta.
Cada contenido entra porque tiene una razón clara para estar. Y si no aporta, se queda fuera. Porque lo que busco no es que el alumno “sepa más”, sino que haga mejor su trabajo.
“No es sabio el que sabe muchas cosas, sino el que sabe cosas útiles.” — Esquilo
P15. Post-analítica
Después de cada maniobra, se para. Se analiza. Se mejora. Porque entrenar sin revisar es repetir errores con más confianza.
Muchos cursos terminan la práctica con aplausos, un “buen trabajo” y poco más. En mi metodología, cada maniobra tiene su fase postanalítica. Es el momento donde de verdad se asienta el aprendizaje.
“No aprendemos de la experiencia… aprendemos reflexionando sobre la experiencia.” — John Dewey
Porque hacer por hacer no vale. Lo que vale es entender qué ha pasado, por qué ha salido así, qué se podría haber hecho mejor… y qué no puede volver a repetirse. “La maniobra no termina cuando bajamos al herido. Termina cuando sabemos qué hemos hecho bien y qué hemos hecho mal.”
La postanalítica no es un PowerPoint con conclusiones. Es una conversación directa, técnica y sin filtros. A veces es en círculo, al pie del equipo. A veces es individual, con el alumno que ha liderado. Y siempre es clara, sin maquillaje: — “Has tardado demasiado en tomar la decisión.” — “El equipo era correcto, pero mal montado.” — “Aquí perdisteis la comunicación y nadie supo reaccionar.”
También valoro lo que sí se ha hecho bien. Pero no para halagar, sino para reforzar lo que funciona.
“Aquí decidisteis parar cuando saltó el detector. Bien. Eso os ha salvado.”
La clave de la postanalítica es que convierte el fallo en una herramienta de mejora. Y lo hace con el fallo aún fresco, cuando el alumno lo tiene en el cuerpo. Cuando aún está sudando, pensando, visualizando lo que hizo.
“El éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.” — Winston Churchill
La postanalítica también sirve para entrenar la autocrítica. No desde la culpa, sino desde la mejora. Porque un trabajador que sabe analizar lo que hace, sin excusas, es mucho más seguro. Mucho más competente.
También sirve para detectar errores estructurales del procedimiento. No todos los fallos son del operario. A veces el problema es que el procedimiento está mal planteado, o que falta equipo, o que las instrucciones no contemplan lo que pasa en la realidad. Y si eso se detecta en una maniobra, mucho mejor que detectarlo en un accidente.
Por eso, en mis formaciones, nunca termino una práctica sin analizarla. Porque el aprendizaje no está solo en la ejecución. Está en la revisión. Y ahí es donde se produce el salto de calidad y el aprendizaje real.
La postanalítica convierte una práctica en experiencia. Y la experiencia, bien leída, salva vidas.
“Tus mejores maestros son tus últimos errores.” — Ralph Nader
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